Cada vez nos resulta más difícil contener la risa.
En esas estamos, cuando vuelve la camarera, ahora con una bandeja enorme que transporta dos platos míseros. ¿Será ésa nuestra cena? De repente, la camarera hace algo que nos desconcierta: se para frente a nosotros con su bandeja, nos mira... pero no nos sirve ni nos dice nada.
Creo que voy a explotar con una terrible carcajada.
Pasan unos segundos que parecen lustros, en los que la camarera permanece quieta y en silencio, cual estatua de cera. ¿A qué juega ahora? J. me mira, y yo no sé qué hacer. Suficientemente ocupada estoy yo tragándome la risa. El cielo inspira a J., y de forma natural, levanta la servilleta, paloma de la paz posada sobre su plato que echa a volar hacia sus rodillas. Ya está: el hechizo se ha desvanecido y la camarera autómata recobra el movimiento. ¿Así que era la servilleta la culpable de que no nos sirviera la cena? Como esto no lo hacen en las hamburgueserías…
Pasado el ridículo ritual de la descripción del plato que nos hace sentir como ciegos de paladar guiados por un lazarillo gastronómico, la camarera nos sirve. La verdad es que tiene muy buena pinta. Y está buenísimo; muy bueno, de verdad... aunque sigo pensando que el precio es exagerado. Mientras damos buena cuenta de nuestro delicioso plato, se nos va apaciguando la risa nerviosa que nos había perseguido desde la llegada a este infernal paraíso del sabor.
(continuará)
10 comentarios:
lo del pan es mucho, lo suyo era coger los panecillos y olerlos (con gesto de extreñimiento ) cual copa de vino, a ver qué cara ponía la mocica del delantal fino.
Y lo de la susodicha señora plantada, esperando con la bandeja a que pasara algo , ya tenía que ser para morirse, yo habría soltado un " ave maría purísima",...pero ni de lejos habría pensado que la pobre servilleta tenía un papel tan tan importante en semejante ritual...
pues lo suyo ( para fastidiar) habría sido con la servilleta en mano, coger mi cubierto más próximo y ponerme a limpiarlo con fruición, como desconfiando...
me está entrando trauma hacia los restaurantes , no sé si voy a atreverme a ir a uno desconocido...
Ay, si ya lo decía mi abuela: "A quien nunca llevó bragas, las costuras le hacen llagas...!"
Espero q no se os ocurriera beberos el agua con limón del lavamanossss. Juas juas juas!
Claro, es que para ir a estos sitios tan glamurosos hay que saber de protocolo :)
Yatusabes, nos bebimos el agua con limón porque ...necesitábamos llenar el estómago!
Y bien buena que estaba. Como diría mi suegra, "era un agua con limón de categoría".
¡Ay, Anónimo, tu sí que sabes!
Tomo nota de todo lo que habrías hecho tú, por si el destino me pone otra vez en una situación parecida...(Dios no lo quiera)
¿Qué has dicho, Lidia?
"Proto... quéee"?
;-D
¿Y no pasó la camarera luego a recoger las migas del pan con esa especie de recogedor?? Jajaja me está gustando mucho la historia...
No hizo falta que recogiera las migas, Baby,... No dejamos ni una! Cada una debía valer al menos, un euro, ja, ja, ja!!!
Protoloco, Merce, protoloco :-D
Eso, eso!
¡...Potro loco!
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