Esta mañana, cuando salgas de casa, volverás a ver las huellas de unas heladas, torpes, tristes, ingenuas, desengañadas, amargas, insensatas, dolidas, torturadas, angustiadas, locas y desesperadas pisadas sobre la nieve.
Son mis pisadas. Otra vez.
Esta noche, no sé por qué, he vuelto a entrar en tu casa.
Pensaba que ya no lo haría nunca más.
He vuelto a entrar en esa casa que no conozco; esa casa que tantas veces he amueblado y decorado con mi imaginación; esa casa a la que no he ido ni iré nunca.
He entrado sin que nadie lo sepa. Ni siquiera tú. Sin hacer ruido. De puntillas, como caen los traidores copos de nieve sobre mis huellas.
Me he colado en tu habitación. Estabas durmiendo, tú que decías que últimamente padecías de insomnio. La oscuridad me impedía verte, pero no sentirte. He distinguido el bulto encogido y temeroso en el que te conviertes en la cama, como si buscaras bajo las mantas una protección, un sueño perdido, un perdón.
No he podido verte la cara. Nunca me dejas que te la vea. Como si intuyeras mi presencia y tuvieras miedo de que al girarte y estar frente a mí, descubriera lo que estás pensando.
He estado mirando cómo respiras, cómo roncas, cómo te mueves, y cómo dices entre sueños palabras que sólo los que duermen entienden.
Me he quedado observándote un rato, no sé si cinco minutos o cinco horas, no con ternura y cariño, como solía hacer antes, sino con un interés casi científico.
Antes de irme, no he podido evitar echar un rencoroso vistazo al otro bulto que se perfilaba bajo las mantas, a tu lado. Un bulto pegado a ti, como una sombra imposible que no necesita de la luz para vivir. Un bulto que cambia de cara, de nombre, de cuerpo y de sentimientos demasiado a menudo, y que hace tiempo que dejó de tener mi cara, mi nombre, mi cuerpo y mis sentimientos.
Odio ese bulto cambiante; le odio sobre todo porque no le puedo culpar de nada, puesto que fuiste tú quien tomó la decisión de pasar el resto de tus noches sin mí.
Fuera, en la calle, sigue nevando.
Y yo sigo sin saber por qué he vuelto a entrar en tu casa.
8 comentarios:
RESPUESTA:
Yo las he visto por la mañana, al salir a trabajar. Seguramente cuando te has ido ya se habían borrado. Llegaban hasta el umbral de la puerta y no he podido dejar de pensar en el sueño de anoche. Me dormí enseguida, después de nuestra interminable y maravillosa noche de amor. Era un sueño tranquilo, inducido por aquella languidez placentera que te queda cuando has satisfecho tus ansias de gozo y te sabes compartiendo el calor del lecho con la persona a la que amas, junto a ella, sintiendo el roce del hilo de la sábana y el terciopelo de su piel. Pero de repente me he despertado con un sobresalto. Ya me ha había pasado en otras ocasiones pero esta vez ha sido algo más fuerte, más vívido. La amenaza era más real. Pero no era una amenaza física; desde luego, no me ha despertado el miedo a que nos fueran a matar, no. Ha sido algo peor: alguien se interponía entre tú y yo. Yo iba desapareciendo y su figura crecía y crecía junto a ti. Podía sentir su menosprecio, el desdén con que me observaba (ni siquiera sentía odio hacia mi), el amor melancólico que aún te profesa, el deseo que todavía le quema. En la calle, caía la nieve brillante bajo la luna. Silenciosa. Un escalofrío me ha recorrido la espalda. Abrazado a tu cuerpo, mi pecho contra tu espalda, tu aliento sobre mi mano, me he vuelto a dormir, pero la desazón no me ha abandonado. ¿Me sigues queriendo? Es que no consigo alejar de la cabeza una frase que no sé de dónde he sacado: “Un bulto que cambia de cara, de nombre, de cuerpo y de sentimientos demasiado a menudo, y que hace tiempo que dejó de tener mi cara, mi nombre, mi cuerpo y mis sentimientos”. En fin..., cenemos.
Hola, soy la sábana bajo la cual se esconden todos los bultos esos que cambian de cara, de nombre, de cuerpo y de sentimientos.
Si queréis que os cuente unos cuantos chismes, estoy a vuestra disposición.
Yatusabes, incluso con el calorazo que hace,lo que dan de sí unas pisadas sobre la nieve, ja, ja, ja!
El final (genial!) es muy... British! ;-)
Sábana, aquí aceptamos todo tipo de chismes... siempre y cuando no te tengamos que pagar ni un duro. Y si quieres dinero, ya sabes, a "Salsa rosa".
Mercedes, me ha gustado este relato. De registro muy diferente a los otros, y a mi parecer muy bien redactado. Ele ahí esa escritora! :-)
Yatusabes, te veo muy inspirado...como se nota que ya no tienes turbinas entre manos, jaja
En cuanto a esa Sábana chismosa, yo me pregunto: ¿Es que siempre es la misma? ¿no la cambian nunca? hay que ver, qué gente más guarrindonga, oye... :-p
Noemí, no me puedes ver (vamos, yo diría que no, ja, ja, ja!), pero me he puesto colorá! GRACIAS!
Oye, a lo mejor lo que la sábana quiere contar es precisamente eso; o más que contar, DENUNCIAR lo guarros que son en esa casa! Y yo que pensaba que era otro tipo de chismes... bah, qué decepción!
A mi no me gusta hablar, pero se compraron una casa redonda pa no barrer las esquinas...!
JAJAJAJ
PS: ya no tengo turbinas ni compresores, pero siempre son bienvenidos, jejeje
Ay, madre, que me temo que esos bultos que cambian de cara y no sé qué más, son de porquería!
¿... Y ande ha ío a pará er zentimiento der relato?
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