Hacía muchos, muchísimos años, que el viejo alquimista de los números vivía alejado de todo y de todos.
Su vivienda, una austera e inhóspita cueva perdida en las montañas, era también su laboratorio.
Como hogar, era el lugar más triste y desamparado que uno pueda imaginar.
Como laboratorio, era el centro de los experimentos más extraordinarios y sorprendentes.
Sin familia ni amigos, en silencio y en completa soledad, el alquimista de los números perseguía día tras día el sueño en el que había basado su existencia:
Convertir el número uno en el número ocho.
Incontables habían sido los ensayos hasta entonces.
Y todos ellos, sin éxito.
Pero el alquimista de los números repetía, infatigable, sus complicados cálculos; consultaba enormes libros que encerraban toda la sabiduría de las cifras; realizaba modificaciones aritméticas,…Y volvía a intentarlo, una y otra vez, con el único estímulo de su fuerza de voluntad...
Hasta que un buen día, algo diferente ocurrió:
¡El número uno había sufrido una transformación!
El alquimista de los números no cabía en sí de gozo.
Se acercó con detenimiento para observar el resultado de su experimento…
Y descubrió que el uno no se había convertido en un ocho, no, sino que había pasado a ser…
Unas gafas.
La decepción del alquimista de los números no pudo ser mayor, ni más terrible.
De repente, la cólera se apoderó de él. A punto estuvo de estrellar las gafas contra una de las rocosas paredes de su cueva-laboratorio. Por fortuna, la sabiduría y la entereza acudieron en su ayuda. En lugar de destrozarlas, optó por mirarlas sin prisa y con detenimiento, y finalmente se las puso.
¡…Comprobó que el mundo que le rodeaba era mucho más nítido!
Aquel era un pequeño gran milagro. Presa de la exaltación, dedujo que con una vista más aguda, por fin conseguiría convertir el uno en un ocho.
Pero no fue necesario…
Al quitarse las gafas y estudiarlas en profundidad desde distintos ángulos, el paciente brujo que había dedicado gran parte de su vida a la búsqueda de lo imposible, tuvo un maravilloso sobresalto:
9 comentarios:
Bueno, Diego, aquí tienes un cuento con un brujo y un ocho. Espero que te haya gustado. Un beso y feliz 2008!!
MerC
PD.-Moraleja: en ocasiones, nuestros sueños se hacen realidad, los tenemos delante de nuestras narices… y no sabemos verlos.
¡Qué imaginación! jajaja
P.D Oye,una curiosidad, el bicho ese verde que has puesto emocionado con la nieve se supone que eres tú? :-p
¡Lo sabía!
Sabía que tu desarrollado sentido de la observación se percataría enseguida del bicho verde!
(Bueno, la verdad es que me ha salido bastante exagerado y chillón, no?? Ja, ja, ja!!!)
Está claro que para ver el bicho verde no hace falta tener desarrollado el sentido de la observación, salta a la vista cuando entras al blog!!! jajajaj
Eso sí, prohibido a los daltónicos, ja, ja, ja, ja!!!!!
PD.- ¿Qué tal el primer día de "cole"?
me dices a mi?? 8-(
caray,ta muy bien ;-D
ah y muy buena moraleja,sabia;muy sabia
Jo, qué bueno, me ha encantao :)
Es verdad que a nuestro alrededor a veces suceden milagros, y no somos capaces de verlos...
Por cierto, siento decirte que no he podido hacer aún la panna cotta... si es que llevo las navidades pillando todos los virus habidos y por haber...
A ti, a ti te lo digo, Diego!
Bueno, donde digo digo, digo Diego,... huy, qué lío, ja, ja, ja!
Pues nada, con mis mejores deseos de un año nuevo lleno de espionaje y tíos palomitos, haciendo "su trabajo" día y noche! ;-D
Jó, vaya, yo que te hacía de juerga navideña y sin parar de hacer panna cotta...!
Estás mejor?
Oye, dale la receta al alquimista de los números, a ver qué le sale...! ;-D
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