HE AQUÍ UN INSÓLITO HOMENAJE A UNO DE MIS ACTORES FAVORITOS… HOY: “ROBERT DE NIRO”

Odio autocompadecerme, pero es que mi vida es una lamentable desgracia, esa es la realidad.

En ocasiones, que alguien sea desdichado no es culpa de nadie. El destino, que es muy caprichoso, se ensaña a veces con una persona determinada, vaya usted a saber la razón. En cambio, mi caso es diferente, ya que existen unos responsables directísimos de mi infelicidad: mis padres y el odioso Robert De Niro.

Ese actor al que tengo tanto asco ha sido siempre el preferido de mis padres; de hecho, se conocieron casualmente en un cine en el que proyectaban “Taxi driver”. Al poco tiempo, iluminados por los fotogramas de “New York, New York”, se juraron amor eterno.  

Hasta ahí quizás no suene tan mal esta historia, pero que me concibieran bajo la atenta mirada del Rupert Pumpkin de “El rey de la comedia” ya lo encuentro menos romántico. Y como no podía ser de otra manera, mi madre rompió aguas en casa durante el visionado de “El cazador”; casi nazco en plena escena de la ruleta rusa porque, cómo no, no se la querían perder.

Pero lo peor de lo peor es que una lamentable coincidencia hace que mi padre y este actorzucho compartan apellido. Sí, ya es mala suerte. Por eso no es de extrañar que en cuanto asomara la cabecita a este mundo ya viniera yo con el nombre adjudicado: Robert, por supuesto.

Nada más conocer a alguien, zaas, ya está, el comentario está servido. “Anda,  qué curioso, pero si te llamas como el Robert De Niro”, me espetan todos con tono bobalicón, como si no me hubiera enterado todavía, y añaden para más escarnio: “Pues no te pareces en nada”.  Pues sólo faltaba eso.

En fin, una pesadilla.

“Si tanto te molesta, cámbiate de nombre”, me han aconsejado mis amigos. Pero mis padres ya me han amenazado seriamente: “Si te cambias de nombre, te desheredamos”.

Y así estoy, con la personalidad violada por un extraño al que tengo sin embargo demasiado visto, en una lucha continua entre hacer prevalecer mi verdadera personalidad y respetar forzosamente el deseo de mis padres.

“Pues no es para tanto”, diréis algunos de vosotros, “total, es cuestión de acostumbrarse”…

Y no sé, quizás yo os daría la razón… si fuera un chico.